lunes, 30 de septiembre de 2013

LA INTERMINABLE CUBA Y TODAS SUS MARAVILLAS

Una gran cita con la historia en La Habana y otra con el descanso y las más bellas playas en la exótica Varadero.


La vida en La Habana anda tan despacio que ya le perdió el paso al mundo. Cada rincón parece tener su canción.
Es fácil perderse en las entrañas de la ciudad vieja, pero uno siempre se encontrara con la música. Un improvisado grupo de viejitos canta en la calle uno de los verdaderos himnos de esta tierra: “El cariño que te tengo, yo no lo puedo negar. Se me sale la babita. Yo no lo puedo evitar…”.
Si Compay Segundo no hubiera muerto hace diez años bien podría estar entre ellos cantando.
Como todo Caribe, el cubano es también un coqueto espontaneo. Bajitas, gordas, altas, casadas, monas, veteranas, ninguna escapa a algún silbido o beso lejano. Mucho menos las mismas cubanas… esas mujeres grandes y finas, de voces densas y andar cadencioso, cuya alegría es imposible de guardar en una sola foto.
Una morena con una vistosa canasta llena de maní empacado en papel acaba con mi antojo de un bocado callejero. Feliz por la venta y feliz de posar en las fotos canta con toda su garganta: “Caserita no te acuestes a dormir, sin comerte un cucurucho de maní. Maaaaníiiiiiiiiiiiiii”
Se hace tarde y las ganas de cerveza se suelen imponer al hambre. Varios tragos después y con un helado de guayaba que se derrite entre los dedos nadie esta lo suficientemente empalagado como para pasar por alto un olor a cacao que despierta a cualquiera. Alguien abre la puerta del Museo del Chocolate, una pequeña tienda imposible de ignorar para cualquiera con nariz y con el más mínimo amor por el mejor invento del mundo.
Luego de intentar parar a cuanto carro se atraviesa, un conductor que no tiene problemas en detenerse, sacar a su esposa del asiento delantero y dejarla en la calle para que 6 personas puedan meterse en su Chevrolet modelo 49. Destartalado pero fuerte, va tosiendo  un humo gris que deja el pelo oliendo a gasolina.
El conductor le sube el volumen a la emisora, donde suena Volare de los Gipsy Kings, “Cantare oh oh oh oh”, y se nos olvida que llevamos los pies hinchados de tanto caminar.
Y así se entiende porque “cuando salí de Cuba, dejé mi vida dejé mi amor”.


"Periódico ADN, Jueves 12 de Septiembre de 2013"

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